Nos encontramos con un deteriorado inmueble de planta baja que ocupaba dos parcelas urbanas situadas en una pequeña calle del extrarradio de la localidad con fachada orientada al duro sol del medido día.
Su origen fue una casita de barrio, de planta baja, construida con muros de piedra en su perímetro y cubierta inclinada de vigas de madera y teja alicantina.
Esta pequeña casa estaba agobiada por las sucesivas e incontroladas ampliaciones que los anteriores habitantes fueron incorporando a lo largo del tiempo: un baño aquí, un lavadero allá, un salón con chimenea, un pequeño trastero, un almacén, un garaje… Hasta el punto que las dos parcelas fueron ocupadas en su totalidad manteniendo algunas ranuras a las que llamaban patios. Patios totalmente residuales, casi insalubres, cubiertos con plásticos y cañizos viejos.
Propusimos vaciar lo que siempre fue casa y ocupar, con el programa de vivienda que nos pedían, lo que antaño fue vacío.
La originaria casita de barrio se vació. Recuperamos sus muros de piedra y la destapamos. Tan solo mantuvimos sus vigas de madera como testigo mudo de lo que fue. Se convirtió en el patio de la nueva casa.
Ahora, cuando llegamos, entramos por lo que siempre fue casa y ahora es patio. Desde ahí podemos subir, por unas escaleras, al pequeño volumen de planta primera recuperado. La originaria casita es ahora el centro vital de la nueva construcción con los dos dormitorios y el salón volcados a él.
Voluntariamente el proyecto busca no elevarse en una segunda planta, sino que escalona su fachada de planta baja en las dos parcelas que ocupa, siguiendo la inclinación de la calle, como seguro que sucedía con las primigenias casas de barrio que ocuparon la alineación de esta fachada. La propuesta pretende devolver a la calle la escala que nunca debió perder.