Plazatio

Cambio Sena por Mediterráneo

Barcelona . Barcelona . España

Detalles del proyecto

Tipo: Edificación
Superficie construida (m2): 78

Info

Imágenes realizadas por VICUGO FOTO. Supón que te encanta Barcelona y que en vez de desaparecer todo Agosto, prefieres escaparte cada mes. Supón también que odias los mini-bares, las “wake-up calls” los botones y los secadores de pelo de hotel. Si eres de los que prefieren las casas de verdad, con estilo propio y dueño; con vajilla completa o libros y aunque estés de vacaciones, sabrás que podemos estar hablando de unos seis mil euros al año en gastos de alojamiento, así, sin IVA ni brazalete “todo incluido”. Si en tu caso, más que un simple deseo, esto es un “estilo de vida” que pretendes mantener hasta mudarte definitivamente al cementerio (digamos dentro de unos “cincuentaytantos”) repentinamente la cifra se dispara sobre los trescientos mil euros, y por favor, dejémonos ya de pesetas! Imagina ahora que puedes contar con las yemas de tus dedos las puntas de todos esos billetes dobladitos en un grueso fajo en tu abultado bolsillo: Prefieres transferirlo gradualmente desde ahí a la cuenta de otro? O te apetece más invertirlo en una propiedad digamos “coqueta” en uno de los barrios con la más alta densidad de “hipsters” por metro cuadrado de Barcelona? Por este monto podrías a la vez hacerle un favor a un par de octogenarios (con cariño) “quitándole de las manos” un inmueble decadente, costosísimo de mantener, pero lleno de potencial. A cambio, tendrás el pisito que siempre quisiste en la ciudad tus sueños; escapadas sin fecha límite ni hora de “check out” , y una casa lejos de casa. Aunque los precios inmobiliarios sigan bajos la recesión económica, según dicen, empieza a retroceder. Parece entonces que éste es justamente el momento que esperabas: el capricho caro empieza a tener pinta de sabia inversión! Pero no lo creas sólo por que lo digo yo. Déjame antes presentar a nuestro dúo francés de mediana edad: Monsieur et Madame Desbois (Marie y Jean Philippe para los amigos) aunque sé que sabes que éstos no son sus nombres de verdad. Claro que aman Paris por sobre todas las cosas como manda el Dios galo y como reza el primero de “les dix Commandements”, pero aman también huir de él: cambiar Sena por Mediterráneo, omelette por truita o a Edith Piaff por Peret. Durante los últimos diez años y cada vez que han podido, J.P. y Marie han estado viniendo a Barcelona a dejarse las suelas sobre el adoquín del Borne y a descubrir terracitas a tasa de dos por noche. A eso de las nueve, una tarde, se encontraron en el medio de una pequeña y desconocida para la mayoría placita rodeada de estrechas calles peatonales y añejas como su nombre: St. Agustín el Viejo. Se lo pasaron de fábula bajo aquellas farolas y tiempo después volvieron a luz del día para que Marie pudiese capturar en su lente y llevarse a casa parte del encanto. De vuelta en el hotel y revisando las fotos en la pantalla de la cámara Marie leyó un cartel que ponía “en venda” en uno de los balcones que miraba sobre la plaza. Se lo mostró a J.P. y la siguiente sesión de fotos que se produjo por aquellos lados es la que mostramos en este reportaje. Puede la segunda residencia de una pareja joven perecerse demasiado a la casa de toda la vida de nuestros abuelos? No demasiado! Para empezar, con una habitación de invitados ya tenemos suficiente para alojar al eventual colega que se apuntó a última hora al viaje (siempre y cuando tenga su baño privado) dejando las anteriores habitaciones de los enanos carentes de sentido. Por esta misma razón la cocina, el salón y el comedor dejan de tener que ser por fuerza habitaciones pequeñas, oscuras o separadas cuando pueden en cambio fácilmente integrarse a una única y amplia estancia llena de luz y versatilidad. Vestíbulo, antecámara, recibidor, “foyer”: son todas palabras “del año de la polca” que a día de hoy sólo significan metros cuadrados desperdiciados que sin duda están mejor empleados si se les suman a la extensión útil de espacios con una clara vocación práctica: a saber, comer, disfrutar, compartir con gente maja, en vez de el sólo pisar y pasar. Es verdad, no inventamos la madera para este proyecto ni hemos sido los primeros en colocarla en suelo, pero combinada con un mosaico hexagonal, que delimita a su vez el área destinada para la cocina, seguro que está menos visto y aguanta mejor el fregado; y empleada en dos tonalidades (una más oscura y otra más clara) según la cantidad de luz natural que reciben las dos mitades, pública y privada de la casa, puede que igual sea un criterio hasta ahora menos explotado. Siguiendo las lamas de madera que nacen bajo una alfombra de área de Habitat se nos van la vista y los pies desde el sofá hasta la mesa del comedor rodeada de sillas que por una vez son distintas a la Eames (hacemos una ola discreta pues los taburetes sí que lo son) en las que nos sentamos igual de guapos, y quizás más cómodos a comer queso, pues no todos los franceses son chefs. Iluminan los platos limpios de todo rastro, así como nuestros dientes asomados y satisfechos, un par de lámparas colgantes en forma de batidor. No todo han sido sonrisas, sin embargo. Tirar abajo los tabiques necesarios para conseguir esta estancia ha costado Dios y su ejército de ayuda conformado por un arquitecto terco y diez obreros armados con puntales de hierro y una viga del tamaño de un cañón (que pintamos, como todo el techo abovedado, en blanco). Con la mira siempre puesta en lo más chulo, erramos varias veces la diana hasta dar con la cocina que por acabados, capacidad y calidad mejor se ajustaba al piso y al techo presupuestario. Los vecinos estuvieron siempre en pie de guerra y en un par de ocasiones nos hicieron atrincherar, pero al final se conquistó el ansiado final del conflicto y ahora J.P. y Marie conviven con ellos en una paz estable no exenta de cierta envidia. Y es que envidiar al vecino con la súper-terraza, la novia guapísima o el cochazo es uno de esos placeres culposos que a la mayoría se nos da tan bien… Se nos dio aún mejor distribuir el espacio privado. Una vez ubicados los cuartos de baño de acuerdo a las bajantes existentes, el espacio libre resultante quedaba casi automáticamente definido y divido en dos mitades que nos permitimos modificar apenas ligeramente para permitir que cada uno de los ocupantes de las habitaciones pudiese asomarse por una ventana real para escuchar la radio de la del quinto, que pone música de la que no hay en Francia, ni en todo Spotify, a un volumen bastante español. Por esto se encargaron sendas ventanas con aislamiento doble, rotura de puente térmico, acústico (y casi nuclear) pero hechas en pino melis ignifugo, hidrófugo y carísimo, pues lo de dormir tranquilo también está bien. Ahí los imaginamos ahora, plácidos y recostados, J.P. y Marie, uno leyendo a la luz de una lámpara colgante que sustituye la de la mesita de noche, y que la deja libre para apoyar allí un pajarito de madera molón, o alguna plantita de esas que llenan tableros y tableros de Pinterest; y a Marie, quizás un poco más concentrada haciendo crucigramas, su cabeza apoyada contra la media pared cabecero que quisieron revestir en un papel pintado con motivos decorativos sobre una textura de cemento gastado. “Por no gastar que no sea!” quisimos interpretar de lo que intentaban decirnos en un castellano (muy poco casto y muy poco llano) y por esto no escatimamos en metros de iluminación lineal e indirecta, para bañar las paredes privilegiadas con el ladrillo visto, empapeladas, o alicatadas con mosaicos hidráulico tradicional o en azulejo rectangular colocado en sentido oblicuo. La calidez de la luz cae, aunque quede más bonito decir “se derrama”, en un gradiente amarilloso en sentido contrario al que en la ducha asciende desde el blanco puro hasta un verde azulado o un azul acuoso según el daltonismo del consumidor y su dichoso monitor. No hacía falta recurrir a este discurso en cada pared pues los espejos murales que “ocultan” el único pero generoso armario de la casa refleja el efecto, mientras el espejo sobre el lavamanos enfrentado lo multiplica sin parar. Y es que así son los Desbois, tienen más maletas que cajones, guardan poco, viajan mucho, son felices y comen perdices en francés y en catalán. Seis meses después pronunciamos correctamente Leroy Merlin (mas o menos leruá marláh), sabemos a quién echarle la culpa del gotelé (feísimo aunque lo haya inventado un francés) y hemos vuelto a la casa con una agente inmobiliario para tasar el inmueble: y Voilá!, cinq cent quatre-vingt mille !: c'est pas mal !

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publicado el 04/11/2015

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