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Muere a los 92 años César Pelli, el arquitecto argentino de las Torres Petronas

El proyectista ha dejado su impronta con obras emblemáticas el World Financial Center de Nueva York o la Torre Sevilla

El arquitecto César Pelli, en 1985.
El arquitecto César Pelli, en 1985.Getty
Anatxu Zabalbeascoa
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César Pelli, autor de las Torres Petronas de Kuala Lumpur (1998), de la primera ampliación del MoMA de Nueva York (1984), del Jardín de invierno que fue dañado por los ataques del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York, del Museo de Arte Contemporáneo de Osaka o de un sin número de rascacielos —entre otros, las torres Cristal, Sevilla e Iberdrola en España—, falleció este viernes en San Miguel de Tucumán (Argentina) donde había nacido hace 92 años y donde trabajaba en la construcción de un centro cívico. Esa circunstancia no deja de ser el colofón perfecto para la historia de un arquitecto internacional hecho a sí mismo.

Hijo de una profesora de francés de origen sardo, que le inculcó la idea de “ir más arriba del nivel de uno y de la exigencia de la escuela” y de un funcionario de origen italiano (de Carrara) que trabajó para la Administración “hasta que con la crisis de los años treinta lo echaron y se dedicó a vender tintas” —le contó a Loreley Gaffoglio en una impagable entrevista publicada en La Nación en 2014—, Pelli conoció a su mujer, la arquitecta y paisajista nacida en Gijón, Diana Balmori, cuando ambos eran niños. Juntos estudiaron arquitectura y juntos “y a base de comer pan tostado durante semanas” consiguieron completar estudios en la Universidad de Illinois. Con 20 años ya tenían a su primer hijo, Denis, poco después nacería Rafael, que es arquitecto y se asoció a su padre en 2005.

Pelli y Balmori comenzaron juntos. Una de sus primeras oportunidades llegó cuando, tras haber trabajado casi una década para el finlandés Eero Saarinen —autor de la terminal de la TWA en el aeropuerto Kennedy—, les encargaron la ampliación del edificio del Museum of Modern Art (MoMA) en Nueva York. Corría 1977 y Pelli, que con 51 años puso entonces en marcha su estudio, tomó una decisión que determinaría su vida profesional: no correría riesgos, trabajaría con precisión ajustándose a un calendario y, sobre todo, a un presupuesto. Era lo que había aprendido en el estudio DMJM y fue la razón por la que consiguió firmar la ampliación del MoMA. La modernidad se estaba traduciendo a construcción industrial, más o menos anónima, y la marca del poder tendría más importancia que el nombre del cliente o la mano del arquitecto del que se esperaba, fundamentalmente, la ausencia de problemas. La ampliación fue criticada por poco ambiciosa. Pero la carrera de Pelli y su asociación con la calidad arquitectónica, entendida como eficacia y funcionalidad, estaba lanzada.

Entre 1977 y 1984 fue decano de la Universidad de Yale. Y ese mismo año culminó la sede de Goldman Sachs, el rascacielos más alto de Nueva Jersey. Cuatro años después concluyó el famoso Jardín de invierno (1988) —conocido como Brookfield Place— que formaba parte del World Financial Center y fue dañado durante los ataques del 11 de septiembre. Balmori, quien falleció en 2016, idearía el paisajismo de ese proyecto y viraría hacia esa disciplina trabajando posteriormente junto a su hijo Rafael en proyectos pioneros a la hora de combinar ahorro energético, densidad y revestimientos vegetales.

Para entonces, el arquitecto hecho a sí mismo, que había conocido las historias de la pobreza familiar —“mi abuelo era tan pobre que nunca se lavó los dientes y heredó nueve panes”— y de superación de boca de su madre, ya era un profesional resolutivo y cosmopolita. Estaba a punto de firmar el rascacielos más alto del mundo. Las Torres Petronas de Kuala Lumpur, de 452 metros de altura y unidas por un pasadizo entre los pisos 41 y 42 por una cuestión estructural, eran el edificio más alto del mundo cuando dos aviones chocaron contra las Torres Gemelas en Manhattan. En 2003 dejaron de serlo. Pero Pelli ya nunca cesó de construir: barrios enteros en Londres —Canary Wharf— o el urbanismo de Abandoibarra y rascacielos en Madrid (Torre Cristal), Bilbao (Torre Iberdrola) o la controvertida Torre Sevilla, que puso en jaque la huella urbana de la Giralda.

Las Torres Petronas de Kuala Lumpur y el tradicional puente que las une a 170 metros del altura, obra de César Pelli.
Las Torres Petronas de Kuala Lumpur y el tradicional puente que las une a 170 metros del altura, obra de César Pelli.Getty

El estilo de Pelli —profesional, internacional, eficaz y de factura industrial— representa más al poder que a una marca concreta. Es cierto que el arquitecto trabajó los colores de los vidrios de los muros cortina (Pacific Design Center de California en 1975) o la expresividad formal en las Petronas, pero su mayor contribución fue levantar edificios solventes y, en cierto sentido, anónimos.

Una paradoja que une su trabajo al anonimato que reclamaba para la arquitectura su hermano mediano, Victor Saúl Pelli, que denunció la educación elitista de las escuelas de arquitectura que formaban a los proyectistas según las necesidades del mercado, y no de la sociedad, y que ha dedicado toda su vida a ayudar a levantar vivienda social de autoconstrucción en Argentina y Brasil.

Así, el legado de César Pelli es triple y de una gran vigencia. Representa al arquitecto que no consigue construir en su país y decide buscar fortuna en otro lugar cuando las fronteras permitían esa ambición. Representa una meritocracia que premia el esfuerzo y que hoy quisiéramos como posibilidad de futuro y desvela, finalmente, que la calidad de la arquitectura más internacional con frecuencia está obligada a sacrificar la identidad. Pelli protagonizó el sueño americano y se responsabilizó de la calidad de los muchos edificios que levantó por el mundo. Es un buen legado, aunque, como diría su hermano Víctor, no pueda ser el único.

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