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Jean Nouvel: “Mis edificios toman forma en la cama”

Álex Vicente

El proyectista estrella francés denuncia el “clonaje generalizado” y reivindica unas construcciones que atiendan a la historia, la geografía y el clima. ¿Ejemplos? Sus dos nuevas obras en Roma y Marsella.

HAY LUGARES propicios para el síndrome de Stendhal. Este es uno de ellos. La acumulación de monumentos es abrumadora. El monte Palatino nos queda a las espaldas. De frente surge el templo de Portuno. A la vuelta de la esquina uno se topa con la Boca de la Verdad y las ruinas del Circo Máximo. Y al abrir cualquier ventana aparecen el arco de Jano y la iglesia de San Giorgio al Velabro, que da nombre a este céntrico barrio romano. En tan privilegiado enclave, bajo el que yacen los estratos sobre los que se fundó la ciudad eterna, Jean Nouvel acaba de realizar su primer proyecto arquitectónico en la capital italiana: la nueva sede de la Fundación Alda Fendi, la menor de las cinco hermanas que heredaron la marca del mismo nombre, dedicada a divulgar el arte contemporáneo más radical desde que vendiera su participación en la firma familiar en 2001.

Nueva sede de la Fundación Fendi en Roma. Para restaurarla, Nouvel mantuvo intacta la fachada y conservó los azulejos de las habitaciones e instaló biombos que recuerdan el estado del lugar antes de la renovación.
Nueva sede de la Fundación Fendi en Roma. Para restaurarla, Nouvel mantuvo intacta la fachada y conservó los azulejos de las habitaciones e instaló biombos que recuerdan el estado del lugar antes de la renovación.

En realidad, Nouvel casi no intervino en este edificio del siglo XVII, de fachada sobria y pasado residencial. “Decidí dejarlo intacto. Las fisuras en sus paredes son como las arrugas de nuestra cara”, señala el proyectista francés, vestido de negro estricto, como acostumbra. El inmueble, apodado Rhinoceros, tiene una extensión de 3.200 metros cuadrados repartidos en seis plantas, que concentran salas de exposiciones, 25 residencias gestionadas por el empresario español Kike Sarasola y un restaurante en la azotea. Nouvel se enamoró de sus interiores, que a otros arquitectos les habrían parecido anodinos, y decidió conservar los rastros de yeso y pintura oxidada en las paredes, además de aprovechar los viejos azulejos que cubrían el suelo. Pero a la vez los contrapuso con modernos bloques de acero inoxidable, instalados en la cocina y en los baños de los apartamentos. “De ese choque violento surge una dimensión metafísica. Refleja el paso del tiempo, el intervalo que va del pasado al presente, a escala de un solo edificio”, teoriza Nouvel.

“Muchos arquitectos destruyen para construir. Él prefirió conservar y añadir su firma con un gran respeto por lo que ya existía”, señala Alda Fendi. Su proyecto resultaba idóneo, ya que respondía a la propia identidad de este híbrido de museo y hotel, que albergará el arte más vanguardista, pero también obras más clásicas gracias a un acuerdo firmado con el Ermitage de San Petersburgo, que le confiará varios préstamos al año. El primero será el Joven en cuclillas, de Miguel Ángel, que se instalará en Roma a partir del 14 de diciembre.

No es el único edificio que Nouvel ha terminado este otoño. En Marsella, el arquitecto de 73 años acaba de erigir un pequeño rascacielos pegado al mar, sede del grupo Constructa y de las sucursales locales de Orange y Sodexo. Esta torre de 31 plantas, bautizada como La Marseillaise, sorprende por los tonos vibrantes de su fachada, en distintos matices de rojo, azul y blanco. Son los colores de la ciudad y también los de la bandera gala. “Aunque yo prefiero el azul cielo al azul Francia, el blanco impuro al blanco de la realeza, el rojo de las tejas al rojo sangre”, bromea Nouvel, desactivando cualquier crítica respecto a su aparente patriotismo.

La Marseillaise, torre de oficinas que Nouvel acaba de inaugurar en la ciudad francesa, está cubierta de módulos de hormigón pintados en matices de azul, blanco y rojo.
La Marseillaise, torre de oficinas que Nouvel acaba de inaugurar en la ciudad francesa, está cubierta de módulos de hormigón pintados en matices de azul, blanco y rojo.

El edificio forma parte de una operación de planificación urbana en los antiguos muelles industriales de Marsella. Nouvel toma el relevo a las intervenciones de otros arquitectos estelares en ese frente marítimo, como el espectacular Museo de las Civilizaciones de Europa y del Mediterráneo (Mucem), a cargo de Rudy Ricciotti, o el rascacielos vecino firmado por la fallecida Zaha Hadid, con la que dice estar bailando “un pasodoble”. De lejos, La Marseillaise se funde en el paisaje “como lo haría un camaleón”. De cerca adquiere un pixelado similar al de su primera atalaya mediterránea: la Torre Agbar de Barcelona. “No se parecen en nada, salvo en mi forma de pensarlos”, deses­tima Nouvel. “Soy un arquitecto de contextos. Para mí, la situación determina la arquitectura, así que no existe la misma solución para dos casos distintos. Suena obvio, pero no debe de serlo tanto viendo cómo trabaja la mayoría. Los edificios de hoy se construyen sin prestar atención a la geografía, a la historia o al clima. Son construcciones autistas, objetos intercambiables. Yo me opongo a ese clonaje generalizado”.

Cada proyectista tiene un ritual creativo. El de Nouvel consiste en meditar estirado en la cama. “Ahí es donde mis edificios toman forma”, confiesa. “Cuando me despierto, permanezco en la oscuridad y me monto la película. Dejo que las ideas floten en mi cabeza hasta que surge algo interesante”. A la hora de diseñar esta torre marsellesa, Nouvel se obsesionó con que no tuviera forma. “Quería que fuese como el primer trazo de un esbozo”, confiesa.

Hace solo una década, cerca de la mitad de los encargos que recibía su estudio procedían de España. Después de la crisis, esa relación se interrumpió. “Tuve un momento muy español, muy catalán. Pero han dejado de llamarme. Hoy China y los países del Golfo han tomado el lugar que ocupaba España”, afirma. En su lista interminable de proyectos se encuentra el Museo Nacional de China, que debería abrir el año que viene, así como el Pudong Art Museum, en la orilla oeste del Bund de Shan­ghái. También el Museo Nacional de Qatar, en Doha, espectacular rosa del desierto que quedará inaugurada en marzo de 2019. Y su Louvre de Abu Dabi acaba de cumplir un año. ¿Es ese concierto de geometría y luz el mejor ejemplo de su lenguaje arquitectónico, algo parecido a su catedral? “Soy la persona menos indicada para juzgarlo”, dice con media sonrisa, como si admitiera que sí. Nouvel quiso que ese templo del arte no fuese una copia literal del patrimonio árabe, sino una versión libre. Es marca de la casa: lo mismo sucedía con las celosías mecánicas del edificio que le dio la fama en 1987, el Instituto del Mundo Árabe de París. “Los arquitectos pasaron siglos copiando. Luego quisieron hacer tabula rasa en nombre de la modernidad”, sostiene. “Ahora ha llegado la hora de reinterpretar”.

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Sobre la firma

Álex Vicente
Es periodista cultural. Forma parte del equipo de Babelia desde 2020.

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