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Blogs / Cultura
Del tirador a la ciudad
Coordinado por Anatxu Zabalbeascoa
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El paisaje que nos define

En su última novela, 'Babilonia', la escritora Yasmina Reza habla también sobre nuestros espacios y nuestras cosas para concluir que no se puede entender quién es la gente al margen del paisaje

Anatxu Zabalbeascoa
Cortesía: Museo Nacional de Liverpool

La auténtica filiación es el paisaje. Yasmina Reza (Nantes, 1959) escribe en su último libro, Babilonia (Anagrama), que el lenguaje policíaco define el contexto como identidad definitoria. Se trata de sacar a la luz todo lo que uno ha ocultado cuidadosamente, de hacer legible todo cuanto uno ha tachado: infancia, padres, juventud, estudios, buenos y malos derroteros.

“Mi padre me avergonzaba con frecuencia pero nunca pude pasarme al otro bando. Ningún personaje sobre fondo neutro me interesó nunca”. (---) Su protagonista, una ingeniera poco arriesgada llamada Élisabeth, narra un recuerdo de cuando era joven: “Durante un curso experimental, las chicas tuvieron acceso a los talleres de hierro y madera del instituto de los chicos. Ninguna eligió el hierro, pero algunas optamos sin pensárnoslo por la madera para eludir la costura. El profe era un chino con peluca, un chalado. Terminábamos un cuarto de hora antes para tener tiempo de dejar impecablemente ordenadas las herramientas. A poco que la garlopa sobresaliese unos milímetros de la taquilla, se ponía a chillar y a abofetear a los tíos. El año casi entero se destinó a la confección de cascanueces. Los chicos hacían uno de doble panel, una especie de prensa; las chicas un modelo tipo seta. El mío era bicolor, con un sombrero que parecía un glande, pintado de marrón oscuro. Antes de regalárselo a mi padre, añadí unas nueces en el paquete. De entrada, al ver el objeto, mi padre exclamó, ¡pero si esto parece una polla! Luego se quedó maravillado al ver que funcionaba. A mi padre le gustaban las herramientas y respetaba a los obreros. Enseñaba el cascanueces a todo el mundo, es decir, a su hermana Micheline y consortes, más uno o dos colegas que venían a tomar un trago a casa de cuando en cuando. Quería saber cómo había hecho la rosca del tornillo, si había utilizado una terraja. Decía, pasadme la polla de Élisabeth, y hacía una demostración con todo cuanto tuviera cáscara. Decía, buena rotación, rotura suave, nuez pelada impecable. No me importaba que dijera la polla, incluso me daba risa. Aquello duró un tiempo hasta que el cascanueces cayó en el olvido”. “¿Por qué algunos objetos caducan y otros no?”.

Al hablar del orden familiar de las cosas, Reza lamenta que lo desaparecido es un bien invisible en el que no solemos pensar: “La vida a la que estamos acostumbrados”. Lo cuenta en este thriller inesperado en el que, además de reflexionar sobre los objetos: “Esos arrebatos de optimismo —demasiadas copas, demasiadas sillas…— que nos hacen multiplicar las cosas para volverlas de inmediato inútiles. Las cosas y nuestros esfuerzos”; también realiza apuntes arquitectónicos muy lúcidos. Dice, por ejemplo, que la escalera ha quedado olvidada y que la habitación la hace la ventana.

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