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Blogs / Cultura
Del tirador a la ciudad
Coordinado por Anatxu Zabalbeascoa
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Arquitectura: de la depresión a la reinvención

Los integrantes del despacho alicantino Playstudio cuentan su experiencia alternativa a la visión de la arquitectura que ellos mismos tenían cuando salieron de la universidad

Anatxu Zabalbeascoa

“Tras acabar los estudios pasamos una especie de depresión arquitectónica. Veíamos claro que por mucho que el acceso a los estudios fuera universal, la profesión no lo era: seguía restringida a un contexto muy elitista”, sostienen Iván Capdevila y Vicente Iborra. Nacidos en Alicante, en 1978, y profesores en la Escuela de Arquitectura de esa ciudad, ambos forman, Playstudio, un despacho que ha ganado 14 premios en concursos de arquitectura internacionales, entre ellos cuatro Premios Europan, un concurso internacional para arquitectos europeos menores de 40 años que se celebra desde 1990.

Así, ellos mismos creen que la historia de su pequeño estudio resume otras opciones para los arquitectos españoles: un camino que pasa por la universidad, la incertidumbre, una economía de guerra, un enorme esfuerzo y a veces, alegrías, señalan. Con todo, defienden que merece la pena. Por eso quieren contar su historia. “Estos 14 años de viajes por Europa, reuniéndonos con gente de otras culturas desde que teníamos 25 años han sido otra escuela”. Explicarlo supone para ellos presentar un relato alternativo a las historias que conocen. “Para nosotros no deja de ser fascinante cómo dos chavales provenientes de barrios populares de Alicante se han plantado en Stavanger (Noruega) o en Viena y han convencido a ayuntamientos y clientes de la relevancia de sus propuestas. Apenas tenemos trabajo en Alicante, ya que no disponemos una red clientelar familiar o de amigos, pero hemos sobrevivido estos años de crisis gracias a los concursos Europan”.

Iborra y Capdevila consideran que la educación recibida en España ha sido tan crucial en su suerte como las oportunidades que brindan esos concursos. “De todos modos, hemos construido solo el primero que ganamos en 2003 con Javier Yáñez, y para hacerlo hemos tenido que esperar 13 años”, aclaran.

Propuesta de parque en lugar de viviendas para concurso Europan
Propuesta de parque en lugar de viviendas para concurso Europan

En esta última edición de Europan, la decimocuarta, han participado 1003 equipos enviando propuestas de vivienda para 44 solares de 13 países europeos. Playstudio es uno de esos 1003 estudios. También uno de los que han resultado ganadores, una vez más. De hecho, su trayectoria comenzó con la séptima edición, la de 2003, cuando ante el lema “Reto Suburbano,” ganaron un concurso para levantar 116 viviendas en Viena.

Tenían 25 años y acababan de terminar la carrera. “Este proyecto no solo fue el origen ingenuo de nuestro estudio —lo montamos pensando que la ejecución del proyecto era inminente y tardó 13 años— también determinó lo que somos hoy como arquitectos”. Describen ese aprendizaje como un proceso duro de maduración, frustraciones e ilusiones. En 2005, cuando iban a recoger su segundo premio en Noruega, se hicieron una foto en Oslo y este año han sabido que su último proyecto para Europan —que también ha resultado ganador— se levantará justo en ese solar desde el que se hicieron la foto en 2005.

En este tiempo, la manera en que entienden la arquitectura ha cambiado tanto como ellos. La lección de estos años se resume en dos claves. En primer lugar, entienden el diseño arquitectónico como un ejercicio de negociación. Por eso, han pasado de proponer una forma arquitectónica determinada a plantear una estrategia indeterminada, una respuesta colectiva y compartida que se va definiendo. En segundo lugar, consideran que asumir la construcción y reconstrucción de la identidad como su principal fuerza generadora de afectos sobre lo construido consigue dotar de sentido a sus proyectos urbanos. Y les hace ganar concursos. Queda por analizar si la identidad se puede construir desde una mirada foránea, también si esa construcción es un ejercicio de vanguardia, un acto retrógrado o algo ajeno a una ideología social.

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Así, con sus diseños no proponen imágenes cerradas sino asociaciones a aspectos culturales locales. “En este tiempo hemos aprendido la importancia de ejercer la arquitectura hablando del otro. En Stavanger, Noruega, la primera decisión fue proponerles hacer un parque en el solar donde habíamos ganado con una propuesta de viviendas —a lo Rem Koolhaas en Córdoba, por cierto—. Y todo porque consideramos que tener un parque orientado al sur suponía una gran oportunidad para celebrar los pocos días de sol que se dan allí anualmente”, explican. La propuesta gustó tanto que Playstudio se quedó sin su proyecto de viviendas. Pero pasaron siete años y consiguieron que les encargaran el parque.

Stavanger es la cuna del petróleo noruego. Por eso la última propuesta de estos arquitectos, su último Europan, propuso transformar un tejido de industrias del petróleo un poco obsoleto en un área de innovación. “Planteamos utilizar las plataformas petrolíferas en proceso de desmantelamiento como catalizadores de una vida urbana vinculada a un nuevo modelo económico y se identificaron con esa idea”. Iborra y Capdevila consideran que lo más importante de esta propuesta fue “la formulación de una estrategia de imagen incierta”. Estos arquitectos entienden la ciudad como un laboratorio que se construye mientras se usa, como un proyecto en continua evolución. “Asumimos la idea de que no podemos dar respuestas a problemas que ni siquiera conocemos”, apuntan.

Así, no definen tanto la forma de un edificio sino que describen un proyecto como una herramienta de negociación. Por eso, cada vez que presentan uno a un cliente despliegan un abanico de versiones y no una propuesta única. Aseguran que el proceso de diseño se convierte, así, en una conversación y, a medida que la conversación avanza, se va cerrando el diseño. “Jóvenes arquitectos, extranjeros y sin bagaje previo difícilmente podíamos convencer a municipios o promotores si no era a través de diseños que canalizasen claramente sus intereses”, alegan. “Si unimos esta experiencia a nuestra procedencia de la clase media trabajadora tal vez se explique mejor por qué nos cuesta relacionarnos con esos grandes arquitectos que imponen su subjetividad en cualquier circunstancia. Nosotros no nos vemos así. Nos vemos más bien como obreros de la arquitectura”.

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